Lo primero que nos sorprende al llegar es la muralla que rodea la parte vieja, en prefecto estado de conservación. Entramos por una de sus imponentes puertas y ya notamos el hechizo: está ciudad nos marcará para siempre. Hay algo en Verona que la hace diferente: ¿la tranquilidad? puede ser... Pese al gran número de turistas que a diario recorren sus calles, desprende una paz, e incluso un bienestar, que en pocos lugares he sentido. Quizás es debido al escaso o mínimo tránsito de vehículos por su casco antiguo y a que la mayoría de las calles sean peatonales. O quizás son los turistas en sí, que aquí, supongo que víctimas del mismo encantamiento e invadidos por la calma, hasta se hacen translúcidos, casi invisibles. O a lo mejor es el silencio, en algunos vericuetos de la ciudad hasta podía oír el eco de mis pasos, y quería callarlo para no quebrantarlo, dando pisadas más suaves, como cuando regresas a casa de madrugada. Sea cual fuere la causa, (seguramente una mezcla de todas), esa sensación de la que os hablo os acompañará en toda vuestra singladura por la capital veronesa.
Pasear por la ciudad, "perderte" entre sus calles y plazas, contemplando las palaciegas fachadas, estatuas, frisos, iglesias, frescos y monumentos que la abarrotan, es la mejor forma de conocerla. Una parada de rigor en la Casa de Julieta: un arco ojival, con miles de mensajes de amor, hace de entrada a un atrio donde se encuentra el balcón en el que transcurre la famosa escena de Romeo y Julieta. Shakespeare situó en Verona su famosa obra, icono del romanticismo y símbolo del amor. Tuvo buen gusto el dramaturgo inglés al ambientarla aquí.
Il poente de Pietra, otro vestigio de la civilización romana, cruza el río hasta la ciudadela, situada en una hermosa colina. Sus casas ocres de elegante factura y sus centenarios cipréses, le dan la apariencia de una villa romana. Sus calles son escaleras que llevan a la cima, en la que podemos disfrutar de una espléndida vista de la ciudad.
Os recomiendo una cena en uno de los restaurantes que existen junto al pedregoso muro que hace las veces de orilla, contemplando la puesta de sol sobre la ciudadela y escuchando el transcurrir de las aguas del Adigio. Un delicioso plato de pasata, acompañado de un vino de la región serán el acompañamiento perfecto a tan mágico momento.
Disfrutar de un concierto en el anfiteatro romano, una noche de primavera, es una experiencia única. Siendo uno de los más grandes y mejores conservados del imperio, el Arena, como se denomina el coloso, resulta perfecto para musicales o teatrales menesteres.
Ya muy caída la noche, después del concierto, regresamos al hotel para digerir todo lo visto y vivido, con el claro convencimiento de volver.
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